Los límites con los hijos/as es una de las cuestiones que, con más frecuencia, inquieta a los padres. En general, están de acuerdo en que hay que establecerlos pero cuáles poner o cómo hacerlo genera más de un dolor de cabeza en el seno de las familias.
Una metáfora que me ayuda mucho para entender y explicar la importancia de los límites es la del cuarto oscuro. Imagínese que entra a un cuarto oscuro donde no ve nada y cuando camina no logra encontrar las paredes; después de un rato explorando, la sensación de desconcierto será enorme porque, al no encontrar las paredes, no tendrá referencias para ubicarse y es posible que no logre identificar donde está la luz, la puerta, la ventana, cómo sentarse, etc.
Imagínese lo mismo pero encontrando las cuatro paredes que conforman el cuarto; seguramente ahora se sentirá más seguro y podrá localizar aquellos elementos que le ayuden a organizarse dentro de la habitación y a tomar decisiones para sacarle el máximo partido a ese contexto.
Los límites son justamente eso, las referencias que necesita un niño/a para tener la seguridad necesaria de explorar su entorno inmediato de forma organizada y poder descubrir y aprender. Sin ellos, el niño/a vive en el caos y su conducta se vuelve desordenada y arbitraria, dejando muy mermadas sus posibilidades de sentirse seguro y aprender.
Continuando con la metáfora del cuarto, las paredes o límites se definen de acuerdo a los valores que para cada familia son importantes. Generalmente estos valores provienen de la educación familiar recibida (y si nos gustaron, tendemos a repetirlos, y si no, a elegir casi los opuestos), o de la experiencia de vida adquirida en el camino. Es necesario identificar cuáles son los valores que cada padre y madre quiere transmitir a sus hijos/as y ponerse de acuerdo sobre los que se van a priorizar. Cuando ya se tienen claros los valores a transmitir, y que definen cada pared del cuarto, sólo queda algo que requiere mucha concentración y persistencia, y es decidir qué tipo de conductas o comportamientos se van a alentar o desalentar para hacer palpables esta paredes o límites. Por ejemplo, si para la familia es muy importante que las personas sepan relacionarse, establecer vínculos y respetar a los demás, promoverá desde pequeño en su hijo/a aquellas conductas que lo fomenten (compartir juguetes, tomar decisiones que incluyan a los deseos e intereses de los demás, desarrollar actividades con otros niños, etc), y desalentará las contrarias (no compartir, decidir sólo en base a lo que él/ella quiera, etc). Y lo hará de forma sistemática, repetida y evitando, en la medida de lo posible, las excepciones, aunque haberlas las hay, y hay que considerarlas.
Por último, no hay que olvidar que el establecimiento de los límites debería ser siempre, pero siempre, un proceso dialogado, no sólo entre los padres, sino también con sus hijos/as. Al principio, cuando son muy pequeños, más que diálogo hay sólo transmisión de los mismos pero, a medida que crecen, el diálogo debe ir ganando espacio y, entonces, el desafío se convierte en ser capaz de escuchar también la visión que los hijos/as tienen de estos límites, reconsiderarlos y reconstruirlos o construir unos nuevos conjuntamente con ellos/as.
Autoría: Loreto Santé Abal.
Psicóloga. Analista de Conducta.
Ilustraciones: Concepción de Sagarra Moya.
Psicóloga. Ilustradora.