«Una cachetada a tiempo nunca viene mal»

“¿será cierto? ¿ hay alguna forma de castigo que contribuya a educar?”

Qué padre o madre, si su hijo o hija llegara del colegio diciendo que su profesor/a le ha dado una cachetada, no acordaría rápidamente una cita con ese profesor/a, o con el director/a de la institución educativa, para hacerle saber que no está de acuerdo con ese comportamiento y que no lo consentirá. Por supuesto, habrá quiénes lo harán porque piensan que “a su hijo/a solo ellos/as le ponen la mano encima, ¡faltaría más!” Y habrá otros y otras que lo harán porque creen y están convencidos de que pegar, aunque solo sea una cachetada, no es una forma adecuada de educar, ni en el colegio, ni en la familia, ni en ningún otro lugar. Podríamos considerar también el argumento de que pegar atenta contra los derechos de los niños/as e igual que no podemos pegar a un adulto (y difícilmente lo hacemos porque la Ley nos sanciona) tampoco podemos pegar a un niño/a, más aún si es nuestro hijo/a (aunque esto la Ley no lo sanciona en todos los países, solo en algunos que así lo han elegido).

Pero más allá de un tema de derechos y respeto a la persona, que no es poco, vamos a adentrarnos en el fondo educativo del castigo, especialmente del castigo físico. Como lo explica muy bien en muchos de sus textos el profesor de psicología y psiquiatría infantil de la Universidad de Yale, Alan E. Kazdin, hay múltiples estudios científicos que indican que cualquier forma de castigo, físico o no, puede tener un efecto inmediato para detener un comportamiento, y por eso lo utilizamos, pero en el medio y largo plazo está demostrado que es poco eficaz para reducir conductas y que no enseña los comportamientos que nos gustaría que nuestros hijos/as aprendieran para desenvolverse, especialmente en las situaciones conflictivas, cuando las cosas no son como ellos/as quieren. Por eso, tantas veces nos encontramos con que, a pesar de castigar a nuestros hijos/as de forma repetida, sus conductas o comportamientos no cambian. Adicionalmente es importante señalar que el castigo, en cualquiera de sus modalidades, tampoco es la mejor forma de enseñar justicia, responsabilidad, o comprender la diferencia real entre lo que está bien y mal (los porqués). 

castigo

Resumiendo, dada su poca eficacia y sus graves consecuencias en el desarrollo humano, el castigo físico no es ningún caso una forma de educar.

Sin embargo, ¿no hay ninguna forma de castigo, que utilizado con moderación y sensatez, pueda aportar algo a la educación de la persona?.

La ciencia del aprendizaje ha demostrado que sí existen formas moderadas de castigo, en ningún caso físicas, que pueden contribuir efectivamente a un cambio de conducta. Se refieren a medidas educativas como son la perdida de privilegios, la retirada de atención, el tiempo fuera (retirar al niño de la situación donde se produce el conflicto o el acceso al objeto/persona de conflicto y retirarle la atención del entorno por un tiempo corto) etc. Pero para que estos tipos de castigo contribuyan a cambiar un comportamiento es necesario que cumplan estos cuatro requisitos: 

1.-Se den con poca frecuencia. Si usted se da cuenta de que está castigando a su hijo/a casi cada día es muy probable que esté utilizando el castigo con demasiada frecuencia y disminuyendo notablemente su eficacia. 

2.- Sean de corta duración o intensidad. Las investigaciones muestran que aumentar la duración o intensidad de un castigo no aumenta su eficacia, y que es más eficaz un castigo moderado, por ejemplo, una tarde sin ver la Tv, que deja la puerta abierta a que las cosas comiencen bien al día siguiente, que una semana sin ver la Tv, jugar a los juegos de ordenador y la computadora, donde la recuperación de estos privilegios queda lejana y, por ello, poca motivadora para iniciar cambios. 

3.- Se administren desde la calma y no con agresividad (sin gritar, discutir, agredir, etc). Es necesario que antes de aplicar un castigo usted ya lo haya acordado y conversado con su hijo/a, indicándole que se aplicará este castigo cuando él/ella se comporte de esta u otra forma. Y, en caso de que así suceda, usted se limite a comunicar lo acordado y a ejecutarlo, sin necesidad de perder la paciencia, de gritar, amenazar o incluso advertir. Por ejemplo, “si me contestas mal cuando te llamo a cenar o no vienes cuando te aviso porque estás entretenido con la Tv o los juegos, mañana no habrá Tv o juegos”. 

4.- Por último y siendo el requisito mas importante, se acompañen necesariamente de una intervención sostenida para enseñar o reforzar los comportamientos que se quieren enseñar. Y esto implica poner atención y reforzar las conductas cuando se dan de la manera adecuada. Por ejemplo, si cuando llamo a mi hijo a cenar, apaga la televisión o los juegos y aparece en la mesa, le felicito y le hago notar su buena respuesta a la petición de venir a cenar que le he formulado. Y lo que no hago es ignorar esta respuesta, dando por hecho que así es como debe actuar y no hay que felicitarlo o reforzarlo. Por supuesto, en ocasiones se necesitan intervenciones y técnicas más complejas y sistemáticas para lograr que aparezca o se incremente la frecuencia de un comportamiento determinado pero de ellas hablaremos en próximos artículos. 

Para finalizar, quiero insistir en dos puntos. El primero es que es mucho mejor diseñar intervenciones educativas que no requieran el uso del castigo. Sin embargo, en caso de requerir utilizarlo, es importante que nos queda clara la manera más respetuosa y eficaz de utilizar el castigo: sin agresividad, con poca frecuencia, de corta duración/intensidad y acompañado de una intervención que instaure y refuerce el comportamiento que realmente queremos enseñar.

Loreto Santé Abal.
Psicóloga. Analista de Conducta
Ilustraciones: Concepción de Sagarra Moya
Psicóloga. Ilustradora.